martes, 25 de marzo de 2014

Mal de escuela, mal en los banquillos, ...

Retomando el blog (que haciendo autocrítica, tenía bastante abandonado) me gustaría expresar lo que he leído del libro de Pennac.

En primer lugar tengo que reconocer que yo nunca he sido un gran amante de las lecturas obligatorias. Pensé que aquella etapa estaba ya completamente superada cuando salí del instituto, pero me estoy dando cuenta de que conforme avanzo en la vida aumenta la calidad de las lecturas que me mandan de un modo exponencial. Superado ese hándicap, voy a hablar de lo que se comenta en el libro y con qué parte de mi vida lo relaciono.

El libro, como todos sabemos, cuenta la historia de un zoquete (de pequeño) que al final resulta ser un escritor brillante y un gran profesor, como si del patito feo se tratase. Ahora bien, la parte más importante del libro (a mi entender) es la que supera esa etapa de zoquete mediante la ayuda de los profesores que muy agradecido el autor menciona. De no ser por su profesionalidad el pobre Pennac jamás habría salido del agujero.

Yo nunca he sido un zoquete como lo fue el autor del libro, pero relaciono la voluntad y la paciencia que tuvieron los profesores de Pennac con la que deben tener los entrenadores de cualquier deporte de equipo (y aprovecho, de paso, para justificar la lectura de este maravilloso libro en esta carrera). En mi caso se puede decir que tuve una etapa de "zoquete" como jugador de balonmano. Creo que no hace falta que explique esto ya que supongo que nadie que no sea o haya sido deportista no haya pasado esta etapa. 

Pues bien, durante esa etapa no disponía de todas las oportunidades (minutos traducido a "deportivo") para poder demostrar todo mi potencial. Acabé esa temporada planteándome incluso abandonar este maravilloso deporte. "Yo no sirvo para esto". Pero fue justo en el mes de Julio (en vacaciones) cuando el mejor entrenador que he tenido nunca me animó a que participara en sus entrenamientos de tecnificación. Fue duro asistir, pues al mismo tiempo se celebraban las fiestas de mi pueblo, pero su forma de motivar me enganchó. Aprendí mucho como jugador, pero mucho más como entrenador. Ese mismo verano decidí que iba a hacer esta carrera, porque creo que ningún caso está perdido. Creo que cualquier profesor/entrenador/educador debe ser optimista (como decía Savater), y está obligado a transmitir ese optimismo a sus pupilos.

En definitiva, el libro me ha recordado una etapa muy bonita de mi vida en la que aprendí que nunca hay que perder la esperanza con causas que parezcan perdidas. Me ha abierto una nueva vía de motivación para seguir formándome y llegar a ser algún día como aquél entrenador que nunca me abandonó.

No hay comentarios:

Publicar un comentario